RELATOS DE TERROR Y FANTASÍA DE RICARDO AMORÓS AYALA

Las caras del miedo

Relatos de terror y fantasía de Ricardo Amorós Ayala.

Hoy quería comentaros que desde hace algunos meses tenemos un nuevo compañero en el club de escritura de Quimeras de la Pluma. Ricardo tiene una facilidad asombrosa para escribir relatos de terror y fantasía. Únicamente publica en su blog, del cual he dejado un enlace en la cabecera del mío: Las caras del miedo. Bien, en este blog lo único que encontrareis son relatos, que, desde luego os sobrecogerán, y que se caracterizan por crear un ambiente opresivo. Os dejo un fragmento de uno de ellos y os invito a visitar su blog.

GRITOS DESDE ABAJO 

Esa noche pasaba algo en las ruinas, como se había pasado viendo toda la semana pasada.
     Era domingo tarde, casi de noche, cuando se dio cuenta. Sergio Medel necesitaba hacer ejercicio, después de pasarse toda la tarde en casa de su compañera Sheila, recopilando información para un trabajo. Por eso fue hasta el límite del pueblo en bicicleta, una duradera mountain bike que no le había fallado hasta ese día: cuando tocaba volver, se le pinchó una rueda.
     —Muy bien, ¿ahora nos vas a decir a qué hemos venido? —quiso saber Aitor, mirando su reloj.
     —Sh. —Sergio, por delante de ellos, con un pie fuera de la carretera, insistió en que estuviesen callados.
     Su amigo rebufó; Sergio sabía que les pedía mucho a cambio de casi nada.
     —Si al menos nos dijeses para qué…
     Aunque Héctor se hacía el indiferente, Sergio sabía que estaba más disgustado que Aitor. Álex daba una fiesta esa noche y, si acababan deprisa, podría presentarse. Y Sergio ni siquiera estaba seguro de lo que buscaba.
     Él también comprobó su reloj. Las seis y media y ya era casi completamente de noche; sólo unas ultimas manchas naranjas chorreaban sobre el horizonte. La carretera salía de la población principal, cruzando un amplio descampado hacia Luzdecielo, una urbanización. El tramo donde habían parado estaba lo bastante lejos de las dos farolas más cercanas, en sus respectivas aceras, para que no se les pudiese ver.
     Como esa tarde, hacía cinco días, Sergio había llegado hasta donde la oscuridad se volvía total, con la diferencia de que ahora iba acompañado. El silencio total de esas horas le ayudó a oírlo.
     —Espero —empezó Aitor—, que esto no sea por el hospital. ¿No estarás pensando ir allí y volver, eh?   Ya somos mayorcitos para…
     —Nh, nh —negó Sergio sin hablar.
     Héctor se cruzó de brazos.
     Sergio sospechaba dónde era, pero no estaba tan loco como para ir allí solo de noche. De su círculo de compañeros y amistades, Aitor y Héctor eran de los pocos con los que, además de haber tenido buena relación en el instituto, había coincidido en la carrera. Uno era más racional y antisocial; el otro se creía capaz de comerse el mundo pero les gustaban los misterios y, lo mejor de todo, tenían, como él, bicicleta; la única forma segura de llegar al sitio.
     Héctor bostezó ruidosamente.
     —¡Calla! —le espetó Sergio con rudeza.
      Se ganó una risa de sus amigos y sabía por qué: estando como estaba tan concentrado, debían creer que el sonido le había asustado, cosa fácil siendo ese un terreno maldito. 
      Tanto silencio era, en realidad, innecesario. Desde que llegaron allí sólo habían pasado dos coches, hacía casi media hora. Hacía demasiado frío para los grillos y otros insectos, que se mantenían lejos del erial de hierba y piedras de casi cincuenta metros que había antes del muro.

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